sábado, 1 de noviembre de 2008

Amar o morir (Parte III)

Los ojos de la muerte

La psiquiatra solo podía ayudar con tranquilizantes. Líz nunca aceptaría lo sucedido.
Ya desde hace muchos años Líz había soñado verlo, inclusive creyó verlo despierta. Una mañana de la semana anterior, mientras esperaba el taxi para ir al trabajo un auto viejo (Ford Falcon, '60 y pico) pasó delante de ella. Sin saber que era lo que la llevaba a mirar la ventanilla trasera mientras ya pasaba delante de ella vio un rostro, creyó reconocerlo primero como el hombre que aparecía siempre en sus sueños antes de despertar exaltada. Ese mismo día mientras almorzaba en la cafetería de la empresa en la que trabajaba creyó ver el mismo rostro reflejado en la mesa pulida. Pero esta vez le encontraba un parecido con Esteban ese primer amor al que temió y huyó de el. Al mirar hacia adelante, ya que la luz le daba en la espalda, no vio más que una mosca que se posó sobre el borde del plato de sushi. Tras hacer un papelón, cuando quiso espantar la mosca y dio vuelta el vaso encima de la mesa con la misma cachetada, olvidó el rostro reflejado.
Eso no pareció grave en ese momento pero tras lo sucedido, tras el suicidio...
Todos los sueños en los que aparecía ese hombre misterioso volvieron, pero esta vez con rostro, nombre y hasta una voz particular, pero ningún mensaje claro.
Obviamente Líz pensó que la fantasía de un hombre sin rostro era algo muy común para una mujer y que el suicidio de Esteban había creado un trauma en ella. Seguramente por eso el hombre de sus sueños había tomado el rostro de Esteban. Nada que el tiempo no cure.
Pero el fantasma estaba libre, ya no era prisionero de sus sueños. Lo había visto dos veces en un día ¡y estaba despierta!
Se acerca la fiesta de fin de año que ofrece la empresa a todos sus empleados. Este año Líz no intentará seducir algún gerente de cualquier sección de la empresa dado que ya hace tres años que hombres diferentes la llevan de la fiesta con promesas ejecutivas y engaños políticos.
Ya está lista para la fiesta, y dentro de cinco minutos el remis tocara bocina en la puerta para llevarla. Aún faltan cinco minutos. Líz prende el televisor para perder un poco de tiempo, al fin y al cabo para eso lo compró. Pero al encenderlo ella siente una presencia en la sala. Al mirar no hay nadie. Husmea en la cocina, el baño, su habitación. Todas las puertas y ventanas están cerradas y no hay nadie más que ella en la casa. Seguramente esa extraña sensación es causa del televisor y los nervios por no saber como la van a mirar en la fiesta las demás secretarias envidiosas y los ejecutivos que esperan su compañía. Apaga el televisor con calma y se siente aliviada. Pero entonces siente una mano tocando suavemente su cabello a la altura de la nuca. Gira violentamente para ver quien está detrás de ella pero no hay nadie. Las ventanas estaban cerradas y el aire acondicionado apagado. El terror toma posesión de su cuerpo y la lleva sin saber como a la puerta de calle, solo resta quitar el seguro de la puerta, salir, cerrar con llave y quizás no volver nunca. Pero es imposible siquiera atinar a quitar esa fina cadenita entre la puerta y el marco con el temblequeteo de sus manos. Una fría gota de transpiración corre por su espalda y la sensibiliza a sentir algo que no sabe si es real, pero en el recorrido de la fría gota de transpiración siente algo caliente que le recorre la espalda queriendo alcanzar el sudor. Sin saber como y en total control del terror nuevamente abre la puerta, sale y baja a la vereda. Mirando hacia la calle decide no asercarce a cerrar con llave, entonces ve que el remis ya está en la puerta y se zambulle en el.
- ¿Llega tarde patrona?-. Dice el remisero
- No, estoy en horario.
- Le tendría que cobrar por los siete minutos de espera, pero como ya ha viajado conmigo antes lo dejo pasar. Si la próxima vez pide el coche 16.
- Muchas gracias-. Dice ella mientras trata de entender como es que pasaron más de diez minutos de terror, para ella fueron diez segundos... -Diez segundos- era lo que su mente decía cuando una voz le decía al oído - Cuando mueres el tiempo pasa tan rápido que no podrías contar los días como en vida cuentas los minutos-.
Al mirar la calle Líz se da cuenta de que está a dos cuadras de llegar, pero... Entonces recordó que Esteban le habló al oído cuando solo habían hecho tres cuadras desde su casa. Probablente estuvo desmayada en el asiento trasero de ese coche durante cuarenta cuadras. Entonces esa voz pudo haberla escuchado mientras estaba inconsciente y seguramente fue producto de su imaginación.
La fiesta, al fin. Rodeada de gente conocida que sin enterarse le darían protección. Todo se ve muy normal. Charlas con sus compañeras y amigas, chusmerios. Cena en mesas redondas para 15 personas, la mayoría desconocidos (así es como tratan de integrar a los empleados, sientan a los de mantenimiento con las secretarias y los serenos, pero nunca mezclan un gerente). Terminada la cena, comienza la música con un bolero que pocos bailan. Música tropical, y todos a la pista. Ya no hay dolor, ya no hay penas, solo salsa, merengue y champagne.
Líz se siente cansada de bailar, no se anima a ir al baño porque siente que va a estar sola frente a un espejo y ha visto muchas películas de terror últimamente. Decidió sentarse en la barra un segundo, mientras bebía un martini lo ve caminando entre el carnaval de gente. Se refriega los ojos, no para ver mejor, sino porque una catarata de lágrimas está brotando de ellos sin su consentimiento. Corre detrás de el sin saber porque pero a ella le es más difícil atravesar el tumulto que a el. Cuando cruza por el medio de toda la pista, al llegar al otro lado, lo ve. El está con una mano acercándose a la puerta como invitándola a salir de allí. La está mirando a los ojos, quiere decirle algo y ella quiere saber que. La gente al rededor se convierte en humo y la música en viento. Solo están ella, el y Dios. Se acerca a el, teme hacerle daño, teme que el la dañe. Toma su mano y desea ver sus ojos. Son sus ojos la única verdad, nunca mintieron. De alguna forma el rostro de Esteban se ilumina, entonces ella puede ver sus ojos, su alma.



La vida de Líz acabo esa noche.

El cantinero dijo que se desvaneció al bajar de la banqueta en la barra.

Los médicos dicen que sufrió un infarto.

Yo digo que vio el alma de un demonio.

Amar o morir (Parte II)

Todo o Nada

Volvía del trabajo como todos los días, y como todos los días, desde hace ya unas semanas, esperaba cruzarla y saludarla como si la conociera. De hecho el veía algo familiar en ella, al pasar a su lado sentía como si una persona que estuviera aburrida de verlo lo saludara con la cabeza y el respondía con una mueca en la boca, casi una sonrisa, y el mismo saludo inclinando la cabeza.
Aún recuerda como si hubiese sido ayer cuando la vio por primera vez, una tarde gris en la que lo único que podía resplandecer era su mirada y su sweater naranja. Quizás antes se hubiesen cruzado ya muchas veces pero sin que uno atrapara la atención del otro o pudo haber sido la primera vez que ella volvía a su casa o iba a algún sitio a esa misma hora todos los días.
Pero hoy era un día distinto, si señor, Esteban estaba totalmente decidido a tomar la iniciativa, "hablarle". Su cabeza estaba muy lejos de la realidad, en algún lugar donde pueden simularse hechos futuros que siempre salen bien sea cual sea el argumento o la situación. Pero las cosas nunca suceden como las imaginamos, es un hecho, y Esteban caminaba divagando en el limbo. No se dio cuenta de que caminaba mirando el piso y un segundo antes de que le dijeran - Adiós - había visto un par de zapatos que abrigaban los pies de una mujer que calzaba aproximadamente 38 y 1/2, entonces su cabeza hizo Clic ¡Era ella!. Solo pudo darle un adiós temeroso y mirarla casi de reojo por temor de que ya estuviese de espaldas y hubiese pasado por su lado sin darle la menor importancia, lo hubiera saludad solo por costumbre, cuando ella ya estaba un metro atrás de el. Pero su sorpresa fue encontrarla de frente a el, parada y mirándolo como esperando algo.
- Hola.- Dijo Esteban, como esperando que algo sucediera y lo sacara a mil kilómetros de allí. Seguramente no era eso lo que el quería pero es seguro que se sentía un completo estúpido.
- Hola.- Dijo ella y no dijo nada más. El la miraba directo a los ojos esperando que sus luminosos ojos marrones lo sacaran de esa terriblemente incomoda situación. Pero nada sucedía, estuvieron mirándose cara a cara a un metro de distancia por varios segundos que parecían eternos para ambos.
- Como te llamas.- Dijo el mientras sentía que la vergüenza se deslizaba hacia sus pies y la adrenalina le subía a la cabeza.
Después de escuchar su nombre ya había recuperado la confianza y empezó a preguntar sobre ella. Nyha se mantenía misteriosa, respondía solo lo necesario y nunca una palabra demás. Esteban le contó un poco de su vida, su trabajo y... nada más, por el momento su vida era su trabajo y la emoción más grande de su día era camino a su casa cuando saludaba a una mujer de cabello castaño, ojos pequeños y nariz disimulada.
La acompañó unas cuadras y en una esquina ella le dijo que estaba bastante cerca de su casa y prefería seguir el camino sola. El no quiso contradecirla ni presionarla y accedió.

¿Porque no lo dejo acompañarla?, ¿tendría pareja?, ¿estaría casada?. Esteban se interrogaba como si dentro de el estuviera oculta la verdad de esas cuestiones y no pudiera confesarlas. Pero la única verdad sobre Nyha era que no conocía más de lo que ella le dijo. Trabajaba en un diario al otro lado de la ciudad, tenía un perro inútil y muy querible llamado Rick, le gustaba mucho las pastas y el pescado y no tenia muchos amigos.


Siguieron encontrándose todos los días a la misma hora en el mismo trayecto, demorando la llegada a su hogar media hora al menos. Así fue durante una semana hasta el viernes. El fin de semana fue un tanto desolado para Esteban, días y noches pensando en ella y preguntándose si algo sucedería entre ellos y llegó a la lógica conclusión: "Si ella lo iba a aceptar como pareja sería cuando el lo proponga, en cambio si ella no quisiera nada serio con el no lo haría nunca". Solo tenía que tomar coraje y proponer algo juntos.
El lunes se encontraron como de costumbre y el abordó el tema casi sin perder tiempo -Creo que me estás enamorando.- Ella lo miró y le dijo "Yo temo lo mismo, pero..." tras un breve silencio de esos en los que parece detenerse el tiempo y mientras todo comenzaba a acelerar de nuevo hasta conseguir su ritmo normal, y mientras el intentaba comprender, le contó que estaba en pareja, llevaba una vida mediocre, ordinaria, pero nada de eso la hacia infeliz. Entonces le pidió un tiempo para pensarlo, eso era muy alentador para Esteban.
- ¿Cuanto tiempo?
- Una semana.- Dijo muy segura de lo que hacia.
-Esta bien, nos veremos el lunes próximo aquí mismo.
Se despidieron con un abrazo y unas palabras al oído.
Ella se fue caminando muy lentamente, seguramente meditando camino a casa y disfrutando el aire fresco. Esteban estaba muy intrigado por saber donde vivía la mujer que le quitaba el sueño, el hambre y a cambio le daba ganas de vivir 24 horas solo por verla al menos media hora. La siguió desde lejos por miedo de ser descubierto y la vio entrar en una casa de barrio a seis cuadras de donde se habían encontrado. Al verla cerrar la puerta sintió un puñal clavándose en su corazón, ¡no la vería durante una semana!
Ya puedes imaginar la semana que pasó Esteban. Se había vuelto un completo desastre, casi no dormía, casi no comía y casi no vivía. Pues no tenia razones para hacer nada, nadie lo esperaba el día siguiente a la salida del trabajo. Solo tendría que soportar esa semana para ser feliz el resto de su vida con la mujer que amaba y eso era lo único que lo mantenía vivo. Aparentemente ella había cambiado el recorrido hasta su casa para que no se encontrasen. El, en cambio, era fiel a su trayecto con la esperanza de verla antes de lo acordado pero no fue así.
El lunes Esteban se retiró con 10 minutos de anticipación del trabajo y la esperó en el lugar donde se habían encontrado por última vez. Esperó, esperó y esperó. El tiempo parecía no pasar, pero su reloj no mentía, una hora de espera, pero la esperanza seguía ahí con el. Tras dos horas y media de espera y ya con los ojos llenos de lágrimas, sin vergüenza por que la gente lo viera llorar, se dio cuenta de que ya no vendría.
Pero el sabía donde vivía y como encontrarla. Se sintió muy solo, abandonado. La desolación se convertía en una prisión y buscó donde refugiarse. Entro en una iglesia, el lugar no era como lo recordaba, era oscuro, triste, casi una tenebrosa cueva de ángeles. El párroco lo vio sentado en la última fila llorando y con los ojos perdidos en la imagen de Dios crucificado, se acerco a el y le pregunto que le sucedía. El lo miró y no encontró en su sotana ni en sus ojos el alivió que necesitaba. Solo le dijo "Perdón" y salió de allí corriendo. Sin saber lo que hacía fue a su casa directamente al placard y de el piso de este sacó una caja de zapatos, la abrió y la tiró sobre la cama, de allí sacó una bolsa de papel madera. Besó una foto de sus padres ya muertos que estaba sobre la mesa de luz y salió corriendo nuevamente sin siquiera cerrar la puerta.
Ya muy agitado llegó a la casa de Nyha, tocó timbre y atendió un tipo de baja estatura y de aspecto bastante descuidado.
- Usted es el marido de Nyha.- Preguntó Esteban sin dejar que el hombre pregunte si quiera quien era.
- Si, soy yo.
- Donde está ella.- Dijo muy exaltado y con un tono de voz que desconocido para el.
- Quien es usted.
Ya sin ganas de responder nada Esteban tomó la bolsa de papel madera del interior de su abrigo y sacó de ella un revolver, lo puso en la nariz del hombre y le dijo "Quiero ver a Nyha". Nyha que escuchó el alboroto ya se dirigía hacia la puerta.
- Solo di me que eres feliz así.- Gritó el sin dejar de apuntar la nariz del esposo de Nyha.
- Si lo soy.- Dijo ella muy segura.
Esteban que aún estaba en el umbral de la puerta la miró a los ojos, temblando quitó el revolver de la cabeza de el hombre confundido que, literalmente, no entendía nada, lo puso en su cien susurró algo que ni Nyha ni su marido entendieron y se disparó en la cabeza.

La ciudad entera se conmocionó con el hecho, la televisión, los diarios y la gente hablaron de ello al día siguiente. Nadie pudo escapar de la noticia, ni siquiera Líz, una secretaría en una importante empresa. Tomaba café en el descanso y quedó admirada al ver en la tapa de el diario Ciudad (en al que Nyha trabajaba) la foto de un cadáver, así de crueles son los medios. Pero más admirada quedó al ver en el desarrollo de la noticia, en la página central, la foto de alguien que le parecía familiar. Tomó el diario y corrió al baño, dejando el café sobre la mesa, y se miro al espejo. Era la foto de Nyha. Se parecían tanto una a la otra que Líz solo tuvo que taparse el flequillo para creer que la de la foto era ella misma. Entonces se sentó en el piso y leyó que debajo de la foto del cadáver decía: "Esteban Mestre". Lloró sin parar hasta que una compañera de trabajo la encontró tirada en el suelo, con el diario empapado en lágrimas. Líz, sin dejar de llorar, con la mirada totalmente extraviada le dijo: "Es mi culpa"
.

Amar o morir (Parte I)

Hace ya un tiempo, poco más de un año, en otro blog comencé a escribir un historia sin saber siquiera de que trataría. La idea era entretener al lector y quizás hasta atraparlo. Obviamente no tuve esa suerte, seguramente se debe a mi minúscula capacidad de escritor pero no me culpo, mejor culpar a quienes se lo perdieron. Al menos pudieron haberse reído de este tonto.

La cuestión es que al no tener la mínima capacidad de imaginar, e inventar con que hacer que alguien me lea traigo a blogger esta historia en tres partes. Espero al menos alguien pueda leerla y más espero que a alguien le guste y más, más espero que alguien comente, o por lo menos denuncien mi blog para que quizás algún moderador, aunque sea por trabajo, pierda 5' gracias a mi.



Solo mañana lo sabré




En Abril del '66, en la semana de su cumpleaños, el día en que debían encontrarse y a la hora de el almuerzo. Esteban la esperaba en la cafetería de la Universidad, jamás imaginó que ella no vendría. Líz era predecible para el, conocía sus pensamientos, sus miradas, sus risas y llantos; pero aún así el no pudo imaginar que ya no vendría y nunca sabría porque.
Hasta entonces ambos habían compartido la misma suerte, el mismo camino. Pero alguno tomo un atajo a quien sabe donde, desde ese momento su historia se convirtió en dos ramas paralelas o casi paralelas, que entre idas y vueltas parecen alejarse cada vez más.
Nada supieron uno del otro durante muchos años. Líz abandonó sus estudios universitarios porque la vida le presentaba día a día probabilidades muy tentadoras. Primero trabajó como secretaria de un abogado, luego con buenas recomendaciones le dieron empleo, también como secretaria en una multinacional, atendiendo los caprichos de un empresario importante.
Ya llegando a sus 30 años (28 para ser más exacto) la desesperación de esta mujer era descomunal. ¿Como podía ser que aún este sola?. Ya habían pasado por su corazón muchos hombres y por su cama muchos más. Quizás la sensación de saber que un día encontraría a la persona indicada estaba desapareciendo. Quizás ya había encontrado a la persona indicada y no supo identificarla. Quizás la persona indicada la estaba esperando sentada en la cafetería de la universidad.